domingo, 29 de agosto de 2010

Capítulo 2...


Sonó el teléfono como casi cada madrugada. Una noche sí y otra también, ella se despertaba. Bea se desperezó mientras buscaba desesperadamente el IPhone, lo que no resultó nada fácil por la oscuridad de la habitación. Al poco rato, consiguió responder a la llamada después de dar varios manotazos en la mesilla.
- ¿Sí?- respondió la chica aun somnolienta.
- ¡Bea, despierta! Tienes que venir urgentemente a la comisaria- respondió una voz masculina al otro lado del aparato.
- En diez minutos estoy allí- contestó con voz decidida.
Bea se levantó velozmente y se dirigió al armario. Cogió lo primero que vio y fue hacia el lavabo. Se miró durante unos instantes al espejo. No alcanzaba los veinticuatro años de edad. Ella era morena con el pelo largo y rizado. Se le asomaban unas pequeñas ojeras debajo de los ojos; de color marrones claros verdosos. Su constitución no era muy delgada pero su trabajo le exigía cierta preparación física; haciendo que no sobrepasase el peso adecuado. Se puso una camiseta negra ajustada de manga corta y unos pantalones vaqueros elásticos del mismo color. No era de maquillarse pero se aplicó una sombra para ocultar sus ojeras. No quería que la gente se diera cuenta que no dormía lo suficiente. Se colocó unas deportivas. Al salir, abrió un armario con llave y sacó su reglamentaria; una magnum de 9mm plateada, de unos diecisiete centímetros de largo. Se la enfundó y salió rápidamente hacia su destino, cogiendo antes las llaves de su coche.
Escasos siete minutos transcurrieron cuando llegó.
- ¿Qué pasa?- preguntó Bea apresuradamente.
- Mira, acabo de recibir la información de la aparición de un cuerpo en el parque Jesuitas. Vamos a echarle un vistazo- respondió Javier, el compañero de ella.
Javier era un hombre de treinta y ocho años y de aspecto musculoso. Su pelo era moreno. En su cara se adivinaba una vida llena de sobresaltos debido a su estresado trabajo. Estaba casado pero era muy mujeriego y le gustaba mucho la fiesta. Tenía una barba de tres días que le daba un toque personal, aunque nunca descuidaba su higiene. Llevaba el traje de policía. Él era el subalterno aunque Bea le trataba como a un igual, pese a ser la inspectora jefe.
- Vamos, no perdamos más el tiempo- finalizó Bea la conversación.
Salieron de la comisaria y se dirigieron al parque. Cuando llegaron lo veían todo como siempre, pese al corrillo de policías y sirenas al fondo del lugar, totalmente acordonado por precinto policial. Se acercaron a la zona del cuerpo y no daban crédito a lo que vieron. La escena era muy peculiar. Divisaban, a lo lejos, una rampa de monopatines. Hacia muchísimo tiempo que habían retirado de allí aquella superficie. Todo parecía normal, pero no era así. Bea y Javier vieron como los agentes daban la vuelta a aquel objeto y aparecía una joven atada de manos y pies por una cuerda y con una mancha grande en el pecho, teniendo la camiseta totalmente ensangrentada. Estaba sujetada también por una cinta adhesiva alrededor de la cintura. Transcurrieron unos veinte minutos hasta que pudieron soltar el cuerpo de la plataforma. La cara de los allí presentes eran de una perplejidad absoluta. No podían creer como alguien podría hacer algo semejante. Se quedaron totalmente atónitos al comprobar que había un tipo de mensaje. La frase estaba escrita con sangre y con una caligrafía impoluta y excelente. Un tipo de letra parecida a la del siglo XVIII. La frase que se mostraba era:
LA INOCENCIA CASTRADA POR EL SEXO PRECOZ
- ¿Quién demonios podría hacer una cosa así?- preguntó Javier totalmente indignado.
- Alguien que no quería dormir- contestó Bea en un tono irónico- . Lo que está claro es que parece que tenemos un nuevo perturbado- añadió seria.
- Espero que no nos den mucho trabajo; mis vacaciones están a la vuelta de la esquina.
- Soy tu jefa, ¿recuerdas? Ya echaremos cuentas de los días. Ahora tenemos mucho trabajo por delante. Vamos a esperar el resultado de las pruebas que le realice el forense.
Pasadas unas dos horas, el forense dio por finalizada la exploración; exponiendo, a continuación, su diagnóstico.
- Se trata de un asesinato. La victima estuvo retenida durante horas y la durmieron con cloroformo. La retuvieron atada en la misma superficie donde la encontramos; estando amordazada. La mataron apuñalándola en el pecho varias veces y estaba consciente cuando sucedió, ya que forcejeó antes por intentar liberarse- relató el forense- . La joven murió en el acto- añadió.
- ¿La mataron en este parque?- preguntó Javier impresionado.
- No. Fue desplazada. Cuando la trajeron aquí ya estaba muerta. Debo proseguir los análisis en el laboratorio.
Dos horas más tarde, se encontraban la pareja de policías y el forense en el laboratorio de la comisaría para seguir aclarando el nuevo caso.
- ¿Sabemos la identidad de la chica?- comentó Bea con cierta intriga.
- Sí. Se llamaba Cristina Ramírez Pérez y tenía veinticuatro años- respondió Decker, el forense.
- Tenemos que investigar su entorno, ¡vamos!- ordenó la inspectora. Se despidieron de Decker y se marcharon deprisa a investigar la situación.

martes, 24 de agosto de 2010

Capítulo 1...

Un ruido corto pero penetrante despertó a Cristina de su letargo. La primera reacción que tuvo fue de frío, pero acto seguido se convirtió en el pánico más grande que jamás había sentido .Estaba en un lugar extraño y oscuro, pero a medida que sus ojos se iban acostumbrando a la escasa luz que se desprendía del frío lugar en el que se encontraba, comenzaba a distinguir una sala abandonada. Su miedo se iba acrecentando cada segundo. A medida que podía asimilar la situación; nada buena en la que estaba, intentaba recordar cómo habría ido a parar allí. No obtuvo ningún éxito y comenzó a temer más la situación si cabía. Giró lentamente su cabeza. Estaba aturdida. Alcanzó a verse atada de brazos y piernas debajo de una especie de mueble que no llegaba a reconocer. En ese mismo instante quiso gritar pidiendo ayuda. Como cabía de esperar también resulto nulo porque se encontraba totalmente amordazada. Tragó saliva, algo que le hizo notar un sabor muy amargo; el cual no llegó a reconocer. Intentó desesperadamente soltarse, realizando bruscos movimientos sin resultado alguno. Cristina era una chica de complexión delgada y tenía veinticuatro años recientes. Nunca llegó a considerarse excesivamente fuerte por lo que pronto desistió en su lucha. Volvió la cabeza a su izquierda para seguir analizando la siniestra sala. Le parecía que había más luz porque cada vez la podía analizar mejor. Se encontraba en una nave totalmente abandonada. El lugar le parecía cada vez más aterrador. Pudo observar varias mesas muy sucias y demacradas. De repente escuchó un ruido parecido al que la despertó. Su corazón pareció salirse de su pecho, pero miró a un lado de la mesa y se tranquilizó. Sólo había sido una rata corriendo que chocó con una de las sillas que acompañaban a las mesas; provocando que un frasco callera y golpeara el suelo sin romperse. Era una chica valiente. Una rata no le preocupaba, pero la situación en la que estaba era dantesca y muy difícil de asimilar. Se dio tiempo para pensar cual sería la causa por la que se encontraba secuestrada; y lo peor, quién podía haber cometido semejante barbaridad. Siguió pensando la razón inexplicable por la cual estaba viviendo aquella siniestra situación. No era una chica con altos ingresos y su familia tampoco vivía especialmente bien debido a la escasa economía que poseían. Cristina continuó dándole vueltas a la cabeza, sin saber que sus dudas se iban a esfumar en pocos instantes. De repente una puerta metálica sonó de una forma escandalosa. Evidentemente, la persona que entró no se encontraba de muy buen humor; asique Cristina perdió la esperanza de que fuera a recatarla del secuestro. Su pulso se aceleraba a medida que escuchaba unos pasos que avanzaban lentamente pero cada vez más altos; por lo que era claramente que se estaba acercando.


- ¿Qué tal estás preciosa? ¿Me echabas de menos?- Exclamó una voz grave- . Valla despiste, si no me puedes contestar porque tienes la boca tapada. Perdona mi brusquedad, pero no podía permitirte que armaras escándalo pese que aquí nadie puede oírte. No me gusta dejar cabos sueltos- continuó diciendo el recién llegado.

Cristina ya había asimilado que era la voz de un hombre, aun así, no lograba reconocerla lo más mínimo. Su cara tampoco lograba verla, ya que el hombre llevaba un pasamontañas. Lo único que tenía visible eran sus verdes ojos, a sabiendas que la chica nunca llegaría a distinguirlos por la oscuridad del lugar. También llevaba una gorra que le tapaba el pelo. Su ropa no era ni mucho menos extravagante. Llevaba unos pantalones vaqueros que no parecían muy viejos y una camiseta de manga corta totalmente negra. En su muñeca derecha tenía un coletero de color negro y en uno de sus dedos llevaba un anillo plateado.

- Supongo que te estarás preguntando muchas cosas, y yo intentaré resolvértelas- dijo el hombre con cierta ironía.

Acto seguido dio unos pasos llegando a la altura de Cristina portando un cuchillo. Se arrodilló ante ella. La chica temblaba pensando que ese era su fin.

- ¡Tranquila! Me gusta dar un motivo del porqué hago las cosas- comentó antes de quitarle la mordaza con el cuchillo.

- ¡Quién eres, que quieres de mí!- Gritó Cristina a la vez que comenzó a dar gritos suplicando ayuda.

- No te esfuerces, nadie puede oírte- contestó el hombre con cierta tranquilidad- . No esperaba que te acordaras de mí. Han pasado muchísimos años desde la última vez que nos vimos. Puedes llamarme Jato- prosiguió.

Cristina no entendía absolutamente nada. No reconoció ni por un segundo la voz de hombre y el nombre de Jato no lo había escuchado en su vida.

- Perdona pero no me gusta dar mi nombre. Cosas de la misión, ya me comprendes.

En ese preciso instante Jato le puso a Cristina una foto delante. En la foto había una especie de atracción de madera por la que los niños corrían con sus monopatines. Dicho artefacto parecía estar situado en un parque por el césped que tenía alrededor.

- ¿No te suena de nada? ¿Nunca has estado allí?- preguntó Jato más nervioso- . Pues yo recuerdo que lo pasamos muy bien. Te perdono que no te acuerdes porque eras muy pequeña, aunque según para que cosas- Continuó diciendo Jato a medida que soltaba carcajadas, las cuales desquiciaban completamente a Cristina.

La chica negó con la cabeza a la vez que intentaba pensar, a sabiendas que lo tendría que haber visto alguna vez. Ya había desistido de gritar, viendo el resultado nulo que había obtenido.

Pasaron escasos cinco segundos cuando Cristina lo vio más claro.

¡Tú eres… arghhhhhhh¡

No pudo completar su frase, ya que en ese mismo momento Jato asestó una puñalada tras otra en su pecho hasta que consiguió su propósito; matarla.

- Un poco tarde para reconocerme- dijo Jato sabiendo que ya hablaba completamente solo.

Pasaron dos horas hasta que Jato decidió salir del lugar. Quiso hacer tiempo para que la noche fuera más turbia. Metió el cuerpo sin vida de Cristina en el maletero de su coche. Después se subió en el asiento del conductor y arrancó el coche. Sólo quedaba llevar el cuerpo hacía su lugar premeditado para que la gente contemplara “su obra”.